POR LA DIGNIDAD DE LOS NATIVOS: Cumbre de los pueblos indigenas

La sensación de que el presente ofrece condiciones óptimas para que los reclamos históricos de los indígenas americanos se materialicen en conquistas reales impregna los comentarios de Roberto Espinosa, coordinador técnico de la IV Cumbre Continental de los Pueblos Indígenas del Abya Yala (alude a América en lengua kuna -de origen panameño- y significa «tierra en plena madurez»). Con la determinación a flor de piel, así dice que han llegado a Puno (Perú) los casi 7.000 inscriptos al encuentro, que este viernes ha comenzado al alba con un acto ritual a cargo de 200 guías espirituales y una marcha de quechuas, aymaras y uros en las inmediaciones del simbólico y ancestral lago Titicaca. Las múltiples ceremonias y paneles previstos están atravesados por el anhelo de acabar con lo que Espinosa llama «la criminalización del indígena».

«Queremos una estrategia continental única para detener la persecución y estigmatización de los pueblos originarios», grita el coordinador mientras revisa una prueba de sonido. Del otro lado del teléfono, un bullicio indescifrable devora las palabras del miembro de la organización, que, sin embargo, se da maña para explicar a ELPAÍS.com otros objetivos de la Cumbre: definir un curso de acción contra el calentamiento global («la amenaza principal para la madre tierra», especifica); avanzar en la constitución de un organismo permanente que represente a las distintas comunidades, y organizar el foro sobre civilización y paradigmas alternativos de 2010. Unicef dice que en América Latina hay 40 millones de indígenas repartidos en unas 400 etnias y que el 80% de ellos vive en la pobreza.

La crisis internacional que pone nerviosos a los líderes del G-20 y precipita reuniones (ampliadas) es paladeada como una oportunidad única en la Cumbre de los indígenas, que desde su creación, en 1980, abraza el discurso anticapitalista. Espinosa, de 56 años y oriundo del Amazonas peruano, recuerda la tenaz oposición de los indígenas a la mercantilización de los recursos naturales y a la explotación irracional del suelo y de sus trabajadores. Pero así como el petróleo se termina, también se agota la paciencia. «Exigimos cambios ya mismo», brama el coordinador.

Arrebatos en la sierra y la selva

La debacle económica no es la única coyuntura favorable al discurso indígena, que también apunta a su favor el acceso al poder de líderes políticos afines a la causa. Pese a que el presidente Evo Morales es considerado un símbolo -y una consecuencia- de la lucha incansable del pueblo indígena, Espinosa deja a salvo la autonomía política del movimiento cuya Cumbre coordina. «No estamos a la cola de la izquierda, tenemos propuestas propias y mantenemos la independencia», afirma. Y niega que el potencial de movilización de los indígenas haya tocado un techo: «el mundo desarrollado, acostumbrado al caudillismo, sigue sin darse cuenta de lo que aquí sucede».

Sucede que, según la opinión de Espinosa, está abierto un debate esperanzador sobre la cuestión de la propiedad y defensa de la tierra, quizá el reclamo central y más representativo de los pueblos indígenas. En Puno, ciudad andina asentada a 3.827 metros sobre el nivel del mar, no hay tiempo para disfrutar de las concesiones logradas en los últimos tiempos. La preocupación siguen siendo los arrebatos: el coordinador denuncia situaciones de gravedad en Perú, en virtud de leyes que facilitan la parcelación y que desencadenaron un levantamiento amazónico que impide el paso del petróleo; en Chile, por el establecimiento de papeleras en territorio mapuche, y en Colombia, donde Espinosa revela que el Gobierno emplea la lucha contra la guerrilla como una excusa para colonizar tierras indígenas.

«Sin el suelo no hay vida ni futuro para los pueblos», asevera Espinosa. Igidio Naveda, responsable del programa de Derechos de los Pueblos Indígenas de Oxfam Internacional en Latinoamérica, calcula que el Gobierno peruano cedió el 70% del Amazonas a empresas que extraerán hidrocarburos. Naveda afirma que, aunque en menor medida, Brasil y Ecuador también han entregado porciones de la selva para explotaciones sin respetar los derechos de las comunidades originarias. La minería, de acuerdo con Oxfam Internacional, hace estragos entre los campesinos de la sierra peruana.

Fuente: elpais.com

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